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viernes, 8 de julio de 2011

Mitos y leyendas de San Luis Potosí: San Francisco y las fonderas

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SAN FRANCISCO Y LAS FONDERAS
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Leyenda de Real de Catorce, municipio de Catorce, SLP
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De todas las historias recopiladas para este trabajo, posiblemente no haya otra que contenga mejores aspectos narrativos y de leyenda que ésta. Aquí, la narradora, doña “Carlitos” nos cuenta de un acontecimiento de la vida diaria del Real de Catorce que ya sólo queda en la historia oral, cuando el pueblo era un centro minero muy próspero. Además, explica el por qué la imagen de San Francisco presenta unas quemaduras y nos ofrece un dramático (o “lógico”) desenlace, el cual imprime un tono más rico de leyenda.
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Cuando entonces el Real de Catorce estaba en opulencia, mis abuelas, que eran unas mujeres viejillas antiguas, venían con sus animales y unos colotes y bidones de leche a vender, y desde el Puerto de los Aguadores hasta la puerta del panteón era la calle de Fondas; le decían «de fonderas» porque las fondas las atendían puras mujeres. Cuando salía el pueble [sic] de varones de la mina del Padre [Flores], de Guadalupito, de San Agustín, de San Pedro y de todos los minerales salían los puebles a comer a las fondas.
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Había una señora que tenía su fonda en un cuartito del panteón p’acá –todavía existe esa casita– y a ella no le gustaba que nadie la anduviera procurando, y entre sus males había algo que Panchito (San Francisco de Asís) le notaba. Todos los días que llegaban las gentes de mi rancho (Las Adjuntas) con sus borregas a vender, veían a San Panchito ahí parado afuera de la fonda de esa mujer. Como en aquel tiempo San Panchito vivía en la iglesia del panteón, le quedaban muy cerquita las fondas. Él salía siempre a ver el pueble a la hora de la comida. Leyenda publicada por Homero Adame.
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Bueno, la mujer ésa se daba cuenta que llegaba un hombre a vigilarla a la orilla del cuarto, afuera de la fonda, pero ella no sabía que era San Panchito porque no platicaba con nadie ella. Ya harta de que ese hombre desconocido [para ella] la estuviera vigilando, un día tenía ella unas cazuelas jetonotas de mole y estaba menéele y menéele y el pueble estaba que ya iba llegar. Entonces ese día traía mucho coraje la señora –estaba agarrando quesos y gordas de horno que les había comprado a mis abuelas viejas– cuando llegó el hombre desconocido y se paró en la puerta y se asomó así. Como ella estaba menéele y menéele a la cazuela jetona del mole se enojó mucho porque se asomó el señor y [ella] le dijo unas maldicionotas. Le dijo: “Viejo jijo de quién sabe qué, ¿qué me cuidas?” –y es que San Panchito iba todos los día a cuidar las fondas, iba de fonda en fonda para que la comida estuviera buena y el pueble bien alimentado. Del libro Mitos y leyendas del Altiplano potosino.
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Estaba la vieja esa meneando el mole –¡vieja mugrosa!– y entonces Panchito se metió a saludar a la señora y al estirar la mano ella muy enojada le aventó el mole caliente en la mano. Panchito, sin decirle quién era, le dijo que le besara la mano y ella le contestó: “¡Sáquese de aquí, viejo fisgón!”, y San Francisco se regresó caminando y al momento que iba cruzar la puerta p’afuera, ella le aventó las cucharas de chile y le cayó el chile a San Panchito en la espalda. Por eso la imagen de San Francisco está quemada de aquí de su manita y también de su espaldita porque la vieja esa le aventó dos cucharones de chile que uno le cayó en la mano y el otro en la espaldita, además de que la mano ya la llevaba quemada con el mole caliente. Leyenda publicada por Homero Adame.
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Mis abuelas sabían cómo se llamaba esa vieja mugrosa, pero yo sí me acuerdo que el marido de ella se llamaba Jacinto. Jacinto se dio cuenta y regañó a su señora diciéndole: “Vieja animal, ¿por qué has ofendido a San Panchito?”. Entonces ella ya se dio cuenta de quién era el hombre extraño que la vigilaba y se fue detrás de él por toda la calle. Se dio cuenta cuándo él se metió aquí a la iglesia y se subió a su camerino y lo vio ya sentado ahí con su manita quemada y ella pegaba de gritos por haber ofendido a San Panchito. El dolor y el llanto de arrepentimiento de esa mugrosa no fueron suficientes.
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San Francisco no castiga ni es rencoroso, pero hay otros poderes que sí castigan. A la mañana siguiente Jacinto –sí, su esposo– fue y mató a su mujer; la mató por haber ofendido al santo más bueno del pueblo. Nadie lo recriminó porque ella bien se había merecido la muerte. Leyenda publicada por Homero Adame.
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Esta leyenda fue salió publicada en el libro Mitos y leyendas del Altiplano potosino, de la Editorial Ponciano Arriaga de la Secretaría de Cultura de San Luis Potosí, en 2004.
Puedes leer esta misma leyenda en inglés siguiendo este enlace:
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